Chicos en la playa

Miento cuando digo que no te echo de menos. Mal que bien todavía nos entendemos, pero estamos cada día más lejos, cada día más centrados en lo que hemos construido separados, cada uno en su lugar, cada uno más o menos satisfecho.

¿Te acuerdas de todos los propósitos que hicimos una vez? Cuando éramos niños y jugábamos desnudos en la playa, y el mundo parecía sólo eso: días de sol y mar, de tocar el cielo saltando con las olas, de dormirnos empapados y fríos sobre la arena.

Miento cuando digo que todo ha cambiado, que ya no somos aquellos niños, que la vida no está hecha para tonterías, y que no hay espacio para todo aquello que todo significó.

Miento cuando digo que no tengo tiempo para nada porque el trabajo es siempre demasiado, porque debo llevar los niños a clases de piano, porque mi mujer me ha pedido algo, cualquier cosa, y ya sabes cómo son las mujeres.

Quiero decirte que valoro lo que tengo, y no lo abandonaré, pero todavía me acuerdo de nuestros cuerpos pegados durante los juegos, durante las siestas, cuando no pensábamos en si estaba bien o mal estar tan juntos. Quiero decirte que algunas noches me gustaría salir corriendo a la playa, desnudarme, y echarme en las olas contigo de la mano, jugar a ahogarnos, enfadarnos, reconciliarnos, agotarnos, y acabar otra vez sobre la arena, recobrando la respiración poco a poco mientras nos miramos entre risas y silencios.

Chicos en la playa, por Joaquín Sorolla. Museo del Prado

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