El sueño de la razón produce monstruos

Una vez, de la mano de mi padre, asistí a una de sus conversaciones de mayores; la persona, alguien suficientemente conocido para no poder terminar el encuentro de manera rápida, se enredó en un largo discurso hasta que mi padre, de manera muy solemne, le tocó el brazo y dijo: “Es que la vida es una cosa seria.”

Suena el teléfono, y al descolgarlo siento la necesidad de preguntarle a quienquiera que sea si está de acuerdo, pero no me atrevo. Es un cliente y quiere hablar con ventas. Transfiero la llamada. Acepté este trabajo porque, aunque el salario no era bueno, me acercaba un poquito más a eso que estudié. Un poquito más. Pero ha pasado el tiempo y aquí sigo, esperando que las palmaditas en el hombro de mi jefa se transformen en un aumento, en un cambio de puesto, pero no. Ella sólo entiende el manual de la empresa, su mente funciona como el de una niña de tres años intentando encajar las piezas de madera en su juguete. Ella y sus favoritos suelen hacer las cosas a medias, y tomarse mucho más tiempo del necesario, pero a nadie le importa. Los de arriba parecen contentos y yo he dejado de asombrarme de su mediocridad.

Otra llamada, ahora quieren hablar con marketing. ¿Qué hago aquí todavía? Mis amigos han empezado a comprarse casas, a tener hijos. Yo no quiero nada de eso. Hace un año colé mi manuscrito en la pila de pendientes del despacho de Lecturas. Estuve seis meses conteniendo el aliento cada vez que uno de ellos entraba en esa habitación, pero nada, nunca los vi salir con el mío en la mano, nunca tuve respuesta.

En el metro, de camino a casa, veo tantos ojos huyendo, tanta fatiga y desgana, que no me explico por qué siguen en este mundo. ¿Hemos perdido la esperanza? Las noticias tampoco ayudan. ¿Qué nos queda?

Me he dado cuenta de algo: de lo viejo de este lugar, de las pilas de documentos archivados en estanterías hasta el techo, de lo apretado del espacio. ¿Y si hubiera una chispa? ¿Y si todo ardiera? Desde luego no daría tiempo a salvar nada, pero yo sería libre, por fin libre. ¿Libre para qué? Hace años que la puerta de emergencia está condenada. La entrada principal tiene muy mala visibilidad porque las cajas siempre bloquean uno de sus lados. Nadie se ha fijado, supongo. Yo tengo una llave, puedo abrir y cerrar esa puerta.

En la lengua de la cábala, la verdad y la muerte se diferencian en una sola letra. La verdad obra el milagro, finaliza el círculo, convoca el aliento de Dios. La muerte lo deshace todo porque es silencio, es carencia, pero su cercanía también muestra un parentesco, una relación. ¿Se necesitan?

La vida es una cosa demasiado seria para tomársela al pie de la letra.

El sueño de la razón produce monstruos, aguafuerte de Francisco de Goya y Lucientes

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