Retrato breve de mujer-máquina

Cuando era joven, muy joven, recién despertada su timidez a la carne, se prendieron en sus ojos chispas minúsculas, y el verde de sus iris brilló verde hoja, verde menta, verde lima. Tenía cara pálida con labios finos y sonrisa rápida, los rasgos suaves, la nariz pequeña; todo en ella prometía cierta ligereza.

Ahora no es capaz de comprender algo si no es bajo una regla cuantitativa, los sentimientos se le hacen pesados, las palabras de otros le parecen inexactas, impropias, equivocadas. Sólo confía en la mujer del espejo, y en ese reflejo duro no recuerda a quien una vez quiso ser. Cuando se arregla el pelo cortado a bisturí, cuando cuelga un vestido elegante y discreto sobre su cuerpo, cuando se maquilla con tonos claros; en realidad está peinando, vistiendo y maquillando un esqueleto de hierro con algo de humanidad adherida.

Ella es lo que es. El padre autoritario, la madre de eternos labios fruncidos, los hermanos deseosos de huir sus responsabilidades, y el resto de los actores secundarios de su vida pidiendo más y más sin pedirlo realmente, todos ellos han ido empujándola poquito a poquito hasta forzar el cambio. Siente por ellos un rencor blando que no es capaz de nombrar, porque para sobrevivir a los pequeños dolores de los años, fue cambiando piel por metal, convencida de que ser mejor quería decir ser más dura.

De las chispas de sus ojos ahora sólo queda ceniza, la promesa de lo que pudo haber sido.

Fotografía de Hanna Postova

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