Allí, en soledad, su espíritu se degrada en una cadencia suave de tonos azules. Camina por el pasillo con lentitud, cada tantos pasos observa algún detalle sin importancia, como una mancha en el cristal o una foto inclinada. Está envuelto en esa semioscuridad cargada de tinta de ciertas noches, no sabe dónde ir, pero no importa, su paseo no puede molestar a nadie.
Nadie duerme en la casa, nadie habita la casa, sólo él.
El silencio es perfecto, un músico sabe apreciar esas cosas, silencio y soledad. Un hombre sabe desesperarse en esas cosas, en silencio y en soledad.
Ahora es consciente del error que ha cometido. Se sienta en la escalera y permanece mudo, recuerda la última vez que ella estuvo con él, antes de salir de su vida con una maleta pequeña. No debió gritar aquellas mentiras, ella sabía cuál era la verdad, él sabía que ella sabía. ¿Entonces, por qué lo hizo? Ni siquiera puede consolarse con una respuesta, pero la certeza de un futuro sin su voz le ahoga el corazón con un abrazo de espinas.
Suspira, luego reprime un grito dentro de las manos, e introduce los dedos desesperados en el pelo, los aprieta con decisión y tira hasta hacerse daño. Cierra los ojos, aspira profundamente, hincha sus pulmones, se controla, deja salir el aire poco a poco.
En el jardín brilla un árbol con parpadeos de luciérnaga, pero él sólo ve una bruma informe de colores, una niebla, ha empezado a llorar.

