Miércoles fragmentado: Color y cultura, John Gage

«The requirement of Venetian colore was this colour not in the sense of bright hues and sharp contrasts but rather a particularly rich and resonant handling of the brush. Pino argued that the skilful painter should be able to substitute one colour for another and still archieve the required effect. But this was also a matching function to be achieved by mixture, and the mixtures of the Venetian oil-painters of the sixteenth century -Titian chied among them- were unprecedentedly complex.»

«El concepto veneciano de colore no hacía referencia al color en el sentido de tonalidad brillante y acusados contrastes sino a un exquisito manejo del pincel que tuvo amplias repercusiones. [Paolo] Pino afirmaba que un pintor habilidoso debería ser capaz de sustituir un color por otro sin dejar de obtener el efecto requerido. Esa capacidad dependía de la entonación que se lograba en la mezcla, y las mezclas de los pintores al óleo venecianos del siglo XVI -Tiziano entre ellos- eran extraordinariamente complejas.»

La subasta comenzó en ciento treinta mil dólares. El juez (a Natalia le gustaba llamarlo así) explicó las bondades del cuadro, la exquisita factura a imitación de los grandes pintores del XVI. No, no era un Tiziano auténtico, su autor permanecía desconocido. El cuadro había sido hallado en la colección privada de un empresario con demasiado dinero en paraísos fiscales. La noticia fue muy sonada: cuando la policía entró en la vivienda debido a una investigación sobre evasión fiscal y banqueo de dinero, el hombre se pegó un tiro en la cabeza y los trozos de cerebro impregnaron toda la tela.

Al principio se creyó que era un verdadero Tiziano, los especialistas se volvieron locos, la prensa estuvo tres días rellenando su sección de cultura con el asunto. Luego llegó la decepción cuando Soterby’s presentó su último informe. No obstante la tela era valiosa.

Natalia fue la cuarta persona en hacer una puja, pero la suma siguió aumentando y decidió esperar. Pronto superaron el millón de dólares y poco después los dos millones. La mujer se preguntó si alguien más tenía la misma información que ella, quizá Mr. Oldman se la había jugado. Pujó por tres millones quinientos mil dólares y resultó la última oferta.

Cuando sonó el martillo se levantó discretamente y acudió al mostrador de la sala contigua, no le interesaba ningún otro producto. Dejó sus datos bancarios, un chico encantador los comprobó con lentitud y ella casi sintió remordimientos. Le dejó una tarjeta y salió del edificio.

Al día siguiente Soterby’s cobró la suma del cuadro e hizo el envío a la dirección indicada, una casa magnífica y vacía donde esperaba la compradora con su elegancia habitual. Descargaron la mercancía y ella insistió en dejar el cuadro dentro de la caja. Una semana después el FBI halló pruebas que desechaban la teoría del suicidio del empresario, había sido asesinado. También encontraron una última cuenta oculta con irregularidades en su extracto, pero para entonces ya no había rastro de la mujer o del cuadro. Un año después Soterby’s anunció un nuevo informe, según el cual la tela sí había sido pintada por Tiziano. Su director, Mr. Oldman, presentó sus excusas personalmente al FBI.

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