Como quien besa el agua sin beber

Ella le mira a él levantarse desnudo, sudado, se está limpiando con una camiseta usada, luego sonríe encantador, algo somnoliento. El sexo ha estado bien, y ahora ella siente su entrepierna dolorida, pero es un dolor bien recibido, está satisfecha. Conforme se enfría su cuerpo va recuperando la vergüenza, se arregla el pelo sobre la almohada y coloca la sábana de cierta forma para evitar la mirada en las zonas que ella no quiere hacer demasiado evidentes. Lo hace todo de manera casi instintiva, sin pararse a pensar en lo ridículo que es ocultar lo mostrado y entregado instantes antes. Le arde la boca por la barba que le ha rozado en demasiadas ocasiones, ya comienza a examinar defectos. De pronto se pregunta si ese cuerpo bien formado, que ahora busca algo de comer sin avergonzarse de su desnudez, volverá a interesarse por el propio una vez desvelado el secreto de la carne.

Le observa y se pregunta por sus pensamientos hasta que no puede evitar la curiosidad y pronuncia las palabras. Él sonríe. «Quiero comer algo», responde, «vamos al bar». Ella se levanta complaciente, se encierra cinco minutos en el baño y vuelve con su encanto recompuesto, sintiéndose ahora más segura. Él, sin embargo, parece menos él y eso desconcierta a la chica, desnudo era más «auténtico.» Con la camiseta puesta de cualquier manera y los pantalones demasiado usados ha perdido parte de su encanto. No obstante, tiene muy fresco en la memoria su estado anterior y no le da demasiada importancia.

Una vez en el bar él pide cerveza y algo para picar. Comen casi en silencio, él sonríe mucho y se distrae con la televisión, ella no puede evitar seguir preguntándose si todo lo que le rodea no es una pose forzada, si él no ha dejado de ser un caballero cuando ha pasado todo. Se pregunta qué preferiría ella misma y se siente estúpida al darse cuenta de que no sabría decirlo. Le gustaría poner reglas a su comportamiento, pero se le escapa cuáles. Él se da cuenta, le pregunta qué ocurre, ella sonríe haciéndose la distraída. «Es sólo cansancio», miente. Él no se cree nada, pero deja que la mentira parezca verdad. No sabe qué hacer por arreglarlo, para él las cosas van bien tal y como están. Finalmente evita darle más importancia, sigue comiendo y mira un resumen del partido que se ha perdido por estar con ella.

La mujer se da cuenta del programa que él mira con interés y esta vez el ridículo se transforma en un cierto enfado. Él lo ignora todo, prefiere un estúpido partido a estar con ella, a prestarle atención. No, no es un caballero, la pantalla se lo ha confirmado. Sin que ella sea especialmente consciente su postura se transforma, cambia su disposición corporal, está más rígida, más altiva, más distante. Mira indiferente hacia cualquier lugar para evidenciar que está molesta. Él lo nota de nuevo, vuelve a hacer la misma pregunta y esta vez la respuesta tiene un tono distinto. El momento feliz pasó, él lo puede percibir. Ella vuelve a encerrarse en su burbuja de rabia infantil, incapaz de explicar qué pasa por su cabeza hasta que explote en una queja y lo diga todo con gritos. Él decide callarse, evitar la discusión por el momento, seguir observando el partido. Su interés por el cuerpo ajeno ha desaparecido.

Otros ojos observan con lascivia las caderas de la mujer, que se entrega ignorante a los brazos de un hombre que no la mira a ella, y prefiere un programa verde en la televisión. Él está tenso, ella lo nota, se levanta cuando él está a punto de saltar ante algo que ha visto y le ha sorprendido, le ha enfadado. La chica se da cuenta de que para él, ella no existe durante esos segundos de absoluta concentración, así que baja los ojos con tristeza y se siente sola.

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