Enhorabuena a los premiados

Artículo publicado originalmente en La Tronera, suplemento cultural del semanario Bierzo 7. Tribuna Cultura Crítica. Noviembre de 2014.

Llevamos años moviditos con los Premios Nacionales, a este paso la gente va a advertir de su existencia, porque, en realidad ¿alguien se entera de su convocatoria? Acaso hay quien lee los ganadores de pasada por el periódico, pero uno no vuelve a recordar que existen dichos premios hasta el año siguiente en su ojeada matinal del diario de turno. Los premios Nacionales son casi desconocidos para la población ajena a los distintos gremios, cosa curiosa, pues deberían tener una importancia mucho mayor para nuestro país, al fin y al cabo reconocen la labor de los artistas patrios como ningún otro hace. Últimamente, sin embargo, ganan algún otro titular.

Quizá entre ustedes haya quienes se han enterado del escándalo montado en torno a Jordi Savall, ganador del Premio Nacional de música en la modalidad de interpretación. El señor Savall, igual que Javier Marías hace ya dos años, rechazó el galardón. La diferencia entre uno y otro es que mientras Marías lo hizo en el mismo momento de recibir la llamada, Savall tardó un día en digerirlo. Esto no ha sentado muy bien en la profesión, que ha desarrollado las más diversas teorías. Se esgrime, por ejemplo, que Savall aceptó la medalla de oro del parlamento de Cataluña dos semanas antes, y al comparar ambas distinciones algunos ven perfilarse cierta idea nacionalista. Un golpe más para ir en ese camino, vaya. Savall lo niega, y en su carta dirigida a José Ignacio Wert argumenta su decisión debido a la falta de apoyo durante muchos años de distintos gobiernos, junto a las actuales políticas culturales del equipo liderado por Santamaría… perdón, por Rajoy. Estas declaraciones también han levantado sarpullidos, a ser Savall uno de los músicos que más subvenciones han recibido. Otros, por el contrario, aplauden con fervor sus argumentos y contemplan la renuncia como una manera de crítica, quizá la única, capaz de resonar lo suficiente para que nuestra muy aburrida sociedad se percate. ¿Pero lo hace?

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Ilustración de ORE (A.K.A. Jorge Fernandez Ruiz)

El interés de todo esto, a mi parecer, son los bostezos (como mucho) que despierta el asunto en la población. A la refriega se ha unido Manuel Pérez Calzada, Premio Nacional de Literatura Dramática de este mismo año, escribiendo otra carta muy políticamente correcta para pedir a Savall que se retracte y acepte el premio, pues según él no lo entrega simplemente la institución sino que representa el sentir común de los españoles y es, por tanto, concedido por todos nosotros. La carta del dramaturgo también ha levantado las más diversas conjeturas: que si lo hace por un poco de notoriedad, que si en realidad rompe una lanza por el premio debido a intereses velados, etcétera. Otros, claro, aplauden su idea. Y así seguimos. Semanas después la fotógrafa   Isabel Steva Hernández, alias Colita, rechazaba igualmente el premio.

Resulta como mínimo curioso todo el ruido que ha levantado este asunto, revela la ceguera exógena de los artistas, porque si nos ponemos un poco duros, la realidad es que a nadie le importa. El público está más allá de todo esto. Tras tanto recorte y tanta política errónea en educación, tras tanta incompetencia en cultura los últimos años, a la sociedad española no le llega la importancia del Premio Nacional, casi no le llega ni su existencia, como mencionábamos antes. Evidentemente eso no es culpa de los artistas, sino de las políticas acometidas, pero también lo es de todos nosotros, demasiado conformistas o resignados como para salir a la calle a protestar por las continuas barbaridades cometidas contra el interés de todos.

De todo este revuelto de dichos y desdichos sólo podemos sacar que el eco pretendido por unos y otros no se producirá. Lo más curioso es que si hoy preguntas a alguien en la calle por los galardonados de los premios nacionales, como mucho te podrán decir el nombre de quienes lo han rechazado.

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