Escena III – Acto II
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GERARDO grita hastiado y se levanta, señalando a sus amigos. La SIRVIENTA desaparece, asustada.
GERARDO – ¿Pero qué prensáis, qué no siento? ¿Por qué me calumniáis? Creo que os habéis hecho una imagen muy mala de mí, señor. Me ha parecido entender que ayer, mientras en el balcón me veíais con mi gesto corriente, las burlas yo debía de tomármelas con una sonrisa, pero ahora que os apetece la tomáis conmigo y esta vez con seriedad, afirmando como si fuerais jueces y encima queréis que responda, que os de la razón. No, no confeséis, estoy hablando. Pétreo me llamasteis. ¡Pétreo! Pues os ilumino: no soy de piedra; que mi gesto sea serio y que no cante a las faldas perdidas no os otorga tal derecho. ¿Queréis que abra mi corazón? Pues bien, aquí lo tenéis: ¿No os asombran las cicatrices? ¡Pero qué queréis! Ni siquiera sabríais encontrar en mí una muestra de… ¿cómo lo llamáis? ¿sentimiento? Es cierto, no derramo lágrimas, no me hacen falta, intento ahorrar a mi hija un padre débil que no se sepa contener. ¿Es eso malo? Pero sí, me duele, claro que me duele. Tengo miedo todas las noches; ya comprendo que es eso lo que queréis oír: las miserias enfangadas, la mierda que queda en el fondo. Pues sí, soy rico y mi vida debería ser buena en esta casa, en esta ciudad, con esta mujer a mi lado, pero soy infeliz, inmensamente infeliz. A veces no duermo por las noches de ese dolor que se me carga en la garganta. Sí, tengo un nudo permanente ahí, está formado por la sangre que no se atreve a pasar al tacto de las cicatrices.
GERARDO – ¿Queréis saber qué pasa? Estoy harto de vuestros lloros infantiles, de vuestros problemas de escuela, de escuchar mil y una vez lo mismo con los ojos anegados. ¿A eso lo llamáis sentimiento? Yo lo denomino “patético”. Y sin embargo siempre me habéis tenido con la billetera a vuestra disposición y mi pañuelo al alcance de vuestra mano. He escuchado noches enteras vuestra mala suerte con los amores, siempre la misma historia con un antagonista distinto. Sí, es cierto, duele y siempre tendemos a rodar de la misma manera. Pero me asombra el poco respeto que tenéis con mi dolor. A veces cuando hay silencio también hay sufrimiento.
Llega la SIRVIENTA con INES, está coge a su padre del brazo e intenta hablar.
GERARDO – No, no me calles, hija, es mejor que todo lo diga ahora. Queréis que ame, queréis que me abra a los demás… Pero yo os he hecho confesores de algunos secretos, de algunas inseguridades, de algunos lamentos. ¿Es que acaso no comprendéis la intimidad del dolor? Si no es así me dais lástima porque el luto… el luto, hermanos míos, no se lleva por el otro, se lleva por uno mismo, por la pérdida propia. Es un dolor íntimo que no se puede compartir porque las palabras no lo expresan y no hay reconocimiento. En vuestras palabras sólo hay ánimo de protagonismo, de no saber enfrentarse al telón o al público.
GERARDO – Pero sí, queréis una confesión y la tendréis: tengo miedo por las noches como ya dije, tengo miedo de mí mismo y me doy lástima por haber perdido mi juventud. Me convertí pronto en un hombre y fui eso que llaman “maduro”. Una persona que mira con inquietud a las parejas felices y se pregunta por qué no puede tener lo mismo que ellas, por qué se ha condenado a la soledad. ¿Sabéis? No hay respuesta, pero siempre vendréis uno de vosotros a decirme que se puede salir, que se puede cambiar si realmente se intenta. Pero parece que ninguno de vosotros sabe que no tenéis la verdad. La verdad no puede poseerla nadie, ni siquiera yo y me repugna que me azotéis con ella cuando sólo son mentiras adoptadas como ley por y para vosotros.
GERARDO – Ya soy anciano y lleváis toda la vida cargándome con las mismas sabidurías añejas que no atraen conocimientos. Mirad vuestras vidas, llenas de engaños e imposiciones y luego venid a recriminarme “que soy demasiado serio”. No entiendo como tenéis un valor así.
GERARDO – ¿No sabéis que me siento impotente, inútil, patético y viejo? Pues sí, me siento a menudo de esta manera y también me veo solo aunque la casa esté repleta de personas. Soy extraño porque amo de una manera confusa que no parecéis entender ninguno de vosotros. Pero aquí sigo, después de años sufriendo los incordios, las malas palabras. ¿Y ahora me decís que yo no entiendo, que no os conozco? Sois ciegos y no os habéis parado a pensar que el mundo no es como lo creéis, y mucho menos como juzgáis a las personas.
GERARDO – En mi juventud quise convertirme en un hombre, ese fue mi error. Yo veía a mi padre y a mis hermanos mayores y me comportaba como ellos, me hacía el importante y hablaba de cosas serias. Empecé a leer filosofía, segundo gran error, y poco a poco dejé de ser un niño para convertirme en esto que soy. “Pétreo”… malditos seáis muchas veces, pero no dejáis de tener razón… y aun así me duele, siempre me duele… porque sé que no soy humano, que soy una estatua y no puedo hacer nada desde mi pedestal. Porque quién iba a querer abrazar a una estatua… Pero bajo la piedra, amigos míos, hay un corazón que late y que llora y que sufre.

Me gustaría leer cual es la replica de la persona con quien tanto se ha ofendido Gerardo, quedarse con una parte no me parece justo.
No habría contestación, la escena acabaría ahí. Como mucho los amigos que han ofendido a Gerardo hablarían entre ellos o bien arrepentidos o bien para criticarle la airada parrafada que les ha dedicado.
Pero prefiero dejar abierta a la imaginación del lector la continuación de la escena.
Como siempre, gracias por pasarte 😉