Entrada Nº 21: La calma

He tomado posesión. Me ha costado casi un año, pero lo he conseguido. Supongo que es inevitable, y he dejado de fustigarme por ello, los veteranos de este blog (si es que hay alguno) sabrán que, entre las múltiples fases por las que he pasado, la del dolor de escribir ha sido repetitiva y larga. El hecho de nombrarme escritor siempre me ha costado, como si fuera un engaño porque no hay ningún volumen con mi nombre en las estanterías de las librerías. Me he flagelado por no lograrlo, aunque tampoco lo he intentado demasiado, me he flagelado por no escribir, me he flagelado por escribir y no hacer lo que quería o necesitaba, por desviarme y por volverme demasiado concreto, por ansiar la disciplina de todos los días a las ocho de la noche, y la libertad de cuando sea en cualquier momento y lugar. He sido obsesivo en mis imposturas, las he rechazado, las he detestado, abandonado, y las he añorado. He encontrado muchas excusas para no escribir, algunas torpes y otras realmente muy buenas, hasta llegar al límite del “lo dejo, ya no tiene sentido”. Sin embargo, aquí estamos, una vez más.

Mi última mudanza me ha dado un lugar para escribir, ese añorado espacio propio del que habla Virginia Woolf en su famoso ensayo. Hasta ahora las mesas donde he escrito siempre han sido compartidas con otras tareas o personas, pero en esta ocasión pude comprar un escritorio, montarlo e instalarme en mi rincón. No funcionó, no estaba preparado y no quiero entrar en detalles. Muchas excusas y torturas después, he despejado el escritorio de las otras actividades, lo he limpiado y me he instalado.

Fuera de la página en blanco, hay un mundo donde la presencia en las redes sociales es un trabajo obligatorio, donde el número se seguidores otorga un tique dorado para entrar en las editoriales, donde la calidad de la escritura es ignorada, despreciada, o leída con una cínica boca torcida, en el mejor de los casos con algún deje de tristeza. No lo sé. Ese mundo está sobrecargado de novedades, muchas mediocres, muchas buenas, y algunas muy buenas. ¿Otro libro/relato/novela/poema/post es necesario? No, no lo es. Pierre Michon, en su libro ‘Cuerpos del rey’, tiene un fragmento que siempre me ha conmovido: Flaubert pasa toda la noche escribiendo, y por fin ha terminado su libro, su gran obra. Sale al jardín, la mañana nace y él respira y observa la ciudad, el mundo más allá de su pequeña parcela. Todo continúa sin él, nada se conmueve por ese éxito. “Le monde se passe de prose”, escribe Michon. No es algo trágico, simplemente es así, y todo está bien.

Mis problemas de significado se han relajado, quizá sea la edad. Hay un tópico muy desgastado, el del escritor que escribe para sobrevivir, para “elevarse de la pesada vida terrestre”, como dice Vila-Matas en ‘Impón tu suerte’. Las ambiciones, las ilusiones, a veces contaminan el porqué de lo que hacemos. Recuerdo que en ‘Vidas minúsculas’ Michon relata cuánto se afanó en su autodestrucción por esas mismas ambiciones de joven. Yo temía llegar a eso, llenarme de esa amargura, lo he hecho en algún momento, pero estoy bien. ¿No es magnífica esa sencilla frase? “Estoy bien”. A pesar de las torturadas vueltas que da este mundo, de sus tragedias, del dolor, estoy bien. Cuando era niño y adolescente, la lectura me llevaba fuera de mis tristezas y de la grisura de algunos días, la escritura apareció de manera natural para adentrarme más en esos mundos, para jugar en otro lugar, también para explicarme un mundo difícil de entender. En esos primeros años no había ambición, y creo haber reencontrado ese sentimiento ahora. Escribir y leer con el feliz objetivo de escribir y leer, de elevarse por encima del día a día y llegar a nuevas costas.

Fotografía de Art Lasovsky, vía Unsplash

Deja un comentario