Los duelistas

El joven francés dobla, bate, hace un desplazamiento, intenta un golpe envolvente. Su contrincante devuelve un arresto por oposición, finta hacia la izquierda, para en diagonal, prepara una respuesta en cuarta, pero se ve obligado a esquivar el florete del chico con un golpe seco. Ambos sudan bajo el traje, el olor de la ropa limpia se mezcla con el del metal de las máscaras. El italiano finta en tiempo, su contrario para en octava. Lanza un latigazo y luego otro. Se confunden, uno retrocede, el otro ataca. Parece que por fin van a terminar. Desesperado, el francés prueba un golpe directo que es respondido con una contrarespuesta a fondo. El francés lanza un pequeño grito al notar el hierro.

Los adversarios bajan el arma, se quitan las máscaras y se dan la mano apretando con fuerza. Sonríen jadeantes, con las caras sudadas. A su alrededor resuenan los golpes de otros deportistas, los zapatos crujen sobre el parqué, y sobre todos ellos se imponen algunas notas de Beethoven. El italiano y el francés siguen mirándose el uno al otro. No intercambian palabra, pero hay entre ellos una conversación muda. El secreto de su duelo ha ufanado al vencedor y frustrado al vencido.

Se separan.

Como en un fotograma desplazándose con lentitud, las lanzas caen, chocando unas con otras, derribando los escudos, haciendo temblar las hojas de las espadas. El estrépito provoca la sorpresa, los jugadores del salón se detienen, se distraen, uno de ellos es tocado en el pecho por un contrincante lento, sordo, o malintencionado. De pronto, el tráfico en la calle se hace evidente, y Beethoven suena claro. En la calma buscan al culpable de la tormenta.

El francés se gira, los músculos de la cara tensos, y devuelve la mirada a todos los individuos que le reprochan en silencio su gesto de malhumor. El italiano le observa con sorna, una media luna se dibuja en su boca, cínica, triunfante, no sólo ha ganado el duelo, gracias al mal perder del muchacho ahora también ha demostrado ser superior. Su pecho se infla, el peto blanco cruje como si fuera el ronroneo de un gato. El chico lo ve todo, es joven y deja que el calor de su cara le encienda más dentro. Recupera el florete y se lanza contra el italiano sin ponerse siquiera la máscara. En el club está prohibido, pero ya no piensa. El italiano tira el casco a un lado y espera la acometida, divertido. Algunos gritan indignados, piden que se detengan, pero otros los animan, y todos se apartan y observan a los duelistas enfrentarse de nuevo, esta vez con toda la sala para ellos.

El joven se recupera, ahora es más rápido, finta hacia la izquierda, salta, esquiva un ataque indirecto girando sobre sí mismo, finta de nuevo, y proyecta un latigazo con el florete que acaba en grito. Un chorro de sangre sale proyectado hacia los cuadros de la pared, y los hace florecer con un bordado carmesí.

Micaela Parente, vía Unsplash

Deja un comentario