Nausea

-Me duele la cabeza- dijo mientras se recostaba en el respaldo de cuero sintético.

Sobre él un techo de yeso con desconchones reflejaba haces de distintos colores. Sintió una nausea escurrirse por su faringe hacia la boca, pero la superó y miró a sus acompañantes. Uno bebía Whisky embobado con la minifalda de las chicas, y Otro se había adormecido a su lado. No le escuchaban. Entonces él comprendió, lo comprendió todo. Se levantó, agarró su chaqueta, apartó a Uno y a Otro sin que hicieran nada por retenerle, luego salió sin más explicaciones.

La luz le desorientó. Amanecía en un bostezo amarillo, habían pasado en el garito toda la noche y no se explicaba cómo.

-Me duele la cabeza -repitió en voz baja.

Metió las manos en los bolsillos y empezó a caminar. Nada cambiaba. Si él siguiera el ritual de todos los días llegaría a casa en pocos minutos, se tumbaría en las sábanas sudadas y por la tarde despertaría con la boca pastosa y algunas llamadas perdidas de Uno y Otro. Quedarían unas horas después y se irían directos al garito.

Tomó otra dirección, cruzó las calles desiertas hasta la plaza mayor, donde algunos padres legañosos hacían cola en la churrería. El hedor aceitoso le devolvió la náusea, pero la superó otra vez y siguió su camino hacia el fin de la ciudad, hacia donde las bombillas revientan con el calor del verano.

Febrero2018
Ilustración de Victor Hugo Ramirez García

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